Las piadosas
Federico Andahazi
Así, en esa posición, Monsieur Pelián ascendía con su lengua desde las pantorrillas hasta los labios silenciosos que, sin embargo, parecían suplicar con leves convulsiones las caricias que ya tanto conocían. Mientras recorría con su lengua el pequeño promontorio —erguido y rojo— que asomaba brioso desde la comisura de los labios callados de la una, introducía y retiraba suavemente, primero uno, luego dos y, finalmente, tres de sus dedos finos, alargados y diligentes en los dulces antros ardientes de la otra.
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