No cabe duda que el ingenio de Ricardo Palma es imperecedero. Entre prosas y trozos de historia ha revelado en sus textos las pericias virreinales en una colonia de hispanos, peruanos, mestizos y nativos, de fulanos y menganos, donde Dios y el diablo estuvieron en gustos y disgustos con sus creaciones. Desde antes que cante el gallo, ya las obras humanas entre callejones y claustros se despulgaban en la oscuridad.
¿Quién dirá que son invenciones las tradiciones? Y sí es posible confundir los sucesos, al fin y al cabo, no es obra del demonio ni de la divina providencia, sino de la pluma y el pulso de Palma, que en esos tiempos, que para muchos fue mejor, creerán acaso que los virreyes y la inquisición hacían del Perú de entonces pícaro y divertido. Para cada pillería había soguilla al cuello, para cada macetero su ñorbo o clavel, para cada tapada el manto o saya.
Entre dimes y diretes, Ricardo Palma empleó palabras que recién se afianzaban al incipiente español. Por eso muchos términos pareciesen artilugios o conjuros mal dichos. Sin embargo, no es competencia “deste” escribano, mi persona, dar aclaraciones filológicas ni tratados semánticos de su prosa, pero sí de instigar, a los faltos de letras, a descifrar las “Tradiciones Peruanas”, colmada de crónicas del Perú de antaño, que no se les puede contar, pero que les serviría como orientación histórica a lo que es el Perú de hoy.
Entre dimes y diretes, Ricardo Palma empleó palabras que recién se afianzaban al incipiente español. Por eso muchos términos pareciesen artilugios o conjuros mal dichos.
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