lunes, 21 de febrero de 2011

Huarivilca, la tercera destrucción

Sandro Bossio Suárez

La ciudad sagrada de Huarivilca sufrió dos destrucciones. Una tercera, quizás la definitiva, se cierne sobre ella.
Su construcción se remonta al origen de los huancas, quienes influenciados por el culto tiahuanacoide, creían que sus genitores eran un hombre y una mujer salidos de una fuente de esta “pacarina”. La pareja, que habría esparcido su prole en el valle, estaba constituida por una mujer de nombre Urochombe (o Urocumpi, según otros cronistas) y por un hombre sin patronímico (quien, a decir de Waldemar Espinoza podría ser Atay Imapuramcapia). Los dos, errantes y divinizados, tomaron los inmensos campos del valle y luego procrearon cientos de hijos que poblaron la campiña. Éstos, en cuanto murieron sus padres, los enterraron en el mismo lugar de donde se creía habían salido y a ese paraje le denominaron Huarivilca, que quiere decir «lugar de origen». Tan importante se torna la divinidad de de este sagrario que en cierto momento hasta llega a desplazar a la máxima deidad huanca: Huallallo Carhuancho. Así lo cuenta en sus relaciones Santa Cruz Pachacuti.
Con la conquista de los incas, el templo de Huarivilca no desaparece, sino que pasa a convertirse en un adoratorio del dios sol o “tayta inti”. Lo curioso es que Huarivilca, como deidad, tampoco desapareció: empezó a convivir con el nuevo dios y a compartir sus feligreses con él.
Francisco Pizarro entró al Valle del Mantaro en 1534 y el consejero espiritual de la monarquía, el dominico Vicente Valverde, se dedicó de inmediato a combatir las idolatrías. Al lado de Fray Reinaldo de Pedraza, este fraile de temperamento inquisidor se ensañó contra las «vilcas» y las «huancas» por considerarlas «ídolos» y «habitáculos del demonio», y con los «laycas» y «yanaconas» que defendían los territorios sagrados huancas. En su estadía en la zona se dedicó a peregrinar en busca de oráculos, pacarinas y conopas, que quebró y quemó, enfureciéndose, sobre todo, con la ciudadela huanca de Huarivilca, a la que devastó mientras estimulaba una auténtica masacre con sus habitantes. Esa fue la primera destrucción de Huarivilca.
La segunda se dio durante las guerras entre incas y huancas, alentadas por los españoles. Según las anotaciones de Jerónimo de Guacrapáucar, Manco Inca, el último de los nobles cusqueños, levantado contra los españoles en pos de la libertad, decidió venir al Valle de Hatunmayo para derrotar a los invasores. Después de librar la batalla de Auccivilca (al noroccidente de Jauja), desistió de su viaje a Chachapoyas y desandó su camino. Al llegar al paraje de Huayucachi, decidió destruir el templo de Huarivilca, del que saqueó sus tesoros y asesinó a sus sacerdotes. Se dice que le pasó una soga al cuello del ídolo (lo que corroboraría la hipótesis de que éste tenía figura humana) y lo arrastró hasta Acostambo (aproximadamente unos diez kilómetros).
Titu Cusi Yupanqui, por su lado, relata también este episodio: «Hay una huaca antigua muy famosa, la que en tiempo de los ingas hablaba (se refiere al oráculo). Y es tradición de ellos, que pasando por este pueblo Manco Cápac (debe entenderse Manco Inca) le fue a hacer sacrificio; y ella le dijo: que no quería recibirle, porque no era inga legítimo y que le había de quitar el reino. De lo cual enojado Manco Cápac, hizo arrojarlo por el cerro».
Por ello, cuando quince años después pasó por el valle Pedro Cieza de León, encontró el templo «deshecho y arruinado y lleno de herbazales y malezas».
La tercera destrucción, si es que las cosas siguen como están, se deberá a la inercia y al poco valor civil de la Dirección de Cultura de Junín (y me imagino de otras autoridades regionales y locales) que nada hace, cuando es su deber, por restaurar y proteger este importante espacio arqueológico de Huancayo.

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