Raymond Chandler
Llevaba pendientes de jade. Eran muy bonitos y probablemente habían costado un par de cientos de dólares. No llevaba otra cosa encima.
Tenía un hermoso cuerpo, pequeño, macizo, compacto, firme y redondeado. Su piel, a la luz de la lámpara, tenía el brillo trémulo de una perla. Sus piernas no poseían la gracia provocativa de las de la señora Regan, pero eran muy bonitas. La miré sin ningún deseo. Aunque desnuda, era como si no estuviese en la habitación.
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