Josué Sánchez
Hace algunos años, en Alemania, solía acudir a un centro católico donde se reunían una veintena de refugiados sudafricanos. Entre los refugiados había profesores, estudiantes universitarios, empleados, obreros de construcción civil y algunos adolescentes que habían escapado al “apartheid”. Todos tenían un gran potencial artístico. Hacían extraordinarios grabados y tallados en madera. Canoas de cuatro a cinco metros de largo, llenas de remeros y pasajeros cargados de frutas, llevando a sus hijos y mujeres, y a veces también a sus animales, que surgían de las hábiles manos de tres de ellos. Otros hacían xilografías de escenas cotidianas de la vida en África. Por la noche, al terminar el trabajo, una guitarra dejaba oír sus notas. La tocaba siempre el mismo músico, un joven alto que parecía tallado en ébano y que de rato en rato emitía sonidos guturales. Poco a poco, como si respondieran a un ancestral llamado, todos iban acercándose, rodeando al músico, acompañándolo con palmadas. Pronto el lugar se llenaba de alegría. Llegaban muchos estudiantes alemanes que confundidos con los sudafricanos bailaban frenéticamente. Todo servía para improvisar tambores. Las carpetas y las mesas eran golpeadas rítmicamente, mientras los pies restallaban sobre el piso.
Ese era el momento culminante de la reunión de los miércoles. El momento feliz, en el que se olvidaba el desarraigo, la tristeza del exilio y las causas que lo habían originado.
Tristemente famosa por su política de segregación racial, la República Sudafricana vivió bajo este régimen desde 1948 hasta finales del siglo XX, en medio de una brutal represión contra la mayoría negra oprimida. Los negros sólo gozaban de derechos civiles en El Cabo, mientras en el resto del país las protestas eran reprimidas con crueles matanzas, como la de Soweto, en 1976. Figuras sobresalientes de la lucha contra el “apartheid” fueron el arzobispo Desmond Tutu, el activista estudiantil Steven Biko y Nelson Mandela, líder del ANC (Congreso Nacional Africano). Este último pasó 26 años en prisión por su oposición al régimen racista impuesto por los partidos “afrikaaners” y nacionalistas británicos, convirtiéndose en el símbolo de la lucha contra el “apartheid”.
Nacido en 1918, Mandela fue encarcelado y condenado a cadena perpetua en 1964. En los años siguientes, las condiciones de su encarcelamiento y el progresivo endurecimiento de la política racista sudafricana fueron objeto de la condena mundial. Diversas organizaciones internacionales y colectivos civiles manifestaron entonces su solidaridad con Mandela y las ideas por él defendidas.
“Bilder fur Afrika, Gegen Hunger & Apartheid” o “Cuadros para África, contra el hambre y el sistema apartheid” fue una acción emprendida por un grupo de 252 artistas plásticos de todo el mundo, que donaron igual número de lienzos para ser expuestos en apoyo a Mandela y luego subastados con el fin de paliar el hambre de las poblaciones rurales, fundamentalmente negras, de Sudáfrica.
Tuve la oportunidad de contarme entre estos pintores y la fortuna de que mi cuadro fuera el segundo que contribuyera en mayor medida a esta causa. Cuando en 1990 Mandela fue liberado, me sentí muy orgulloso de haber colaborado con un granito de arena. Hoy, sin embargo, el hambre en África y en el mundo entero ha aumentado, y esta realidad, que sigue golpeando al mundo, tiene un rostro más feroz que el de antes. Es tiempo de dejar atrás la indiferencia. Es tiempo de abrir los ojos y de actuar.
El hambre en África y en el mundo entero ha aumentado, y esta realidad, que sigue golpeando al mundo, tiene un rostro más feroz que el de antes.
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