martes, 15 de noviembre de 2011

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

Rosa Iñigo o los renuevos de la mejor poesía

Sandro Bossio Suárez

La poesía nace del dolor, del amor perdido, del asombro por el entorno, de la observación de un fenómeno, del desconcierto, del éxtasis. Pero la verdadera poesía, la más honda y descarnada, como en el caso de Rosa Iñigo, nace de la inconformidad, del descontento por la vida y, ahora, por la exaltación de la naturaleza.
Los poemas contenidos en esta antología titulada “Poesía de los tiempos”, surgen, a todas luces, de la introversión, de la abstracción, de una cierta perseverancia en la meditación y de una pulimentada necesidad de encontrar la palabra exacta, rítmica y simbólica.
Este libro, en el fondo, se alza como una finísima sinfonía de poemas que, con una perfecta técnica de la segmentación estacionaria, traslucen los componentes sensoriales de la vida: el sufrimiento, el desafecto, la retentiva, la búsqueda de respuestas, la filosofía cotidiana de una existencia baldía. Pero, al mismo tiempo, en el tramo final, advierte una temática de abstracción por la naturaleza.
Sus páginas están llenas de emotividad, de inquietudes y simbolismo. Integra versos de gran fuerza interior, que han alcanzado su madurez, y que acarician la vida, los días, las dimensiones ilimitadas de la realidad. Y finaliza con la demostración de que el hombre vive permanentemente maravillado por su entorno.
El libro, como una obra sinfónica del renacimiento, es un florilegio de gran sensibilidad en el cual la poesía no se despliega como acompañamiento, sino, más bien, como relieve. En ese sentido, este libro representa un verdadero “Concerto Soli” a tal grado que prima notablemente la voz de la poeta ante la finísima coralidad que, elemento sustancial del libro, acompaña a todos los poemas. Y precisamente por esto se trata de una obra personal, la vibrante expresión de las vivencias más intensas de una mujer que ha existido sobre este mundo.
Sin embargo, el poemario no es, ni pretende serlo, un libro difícil, metafísico, abstruso. El aliento ontológico de algunos de los poemas, incluso, siguen mostrándose lozanos y bellos, invitando al lector a regocijarse con sus palabras. Diríase, por ello, que este poemario es una espléndida ventana abierta al mundo interior de su autora, una lucerna abierta a algo infinitamente más enorme y elevado, algo eterno: la esencia misma de la mujer.
Rosa Iñigo Rojas, nacida en Huancayo y ahora residente del mundo, formó parte en los ochentas del grupo “Para Cantar o Morir” junto con Arturo Concepción, Pepe Zapata, José Gamarra y la desaparecida Flor de María Ayala. Sus poemarios “Tiempo de partida”, “Estación” y “Tiempo de girasoles”, que resultaron verdaderas revelaciones en su época, forman parte de este libro, ahora con un hálito nuevo, renovado. De ese modo, este volumen nos presenta el lado más íntimo, más personal, pero al mismo tiempo el más enérgico y filosófico de una mujer que sigue haciendo la mejor poesía.
Esta es la invitación más entusiasta a leer este bello libro que, personalmente, se me presenta como un remanso, como el deseo manifiesto de volver la mirada atrás y, al mismo tiempo, enfocarla al futuro, un verdadero convite a la vida.

Este libro, en el fondo, se alza como una finísima sinfonía de poemas que, con una perfecta técnica de la segmentación estacionaria, traslucen los componentes sensoriales de la vida.

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