Estamos en noviembre y la tradición amerita que hagamos un alto en nuestro cotidiano vivir para recordar: el primero para todos los santos y el día dos para todos los muertos. Por ello, es menester que visitemos, en esta época, los cementerios recordando a nuestros difuntos.
Estas fechas de gran trayectoria y “ritualización” urbano rural hacia los fallecidos nos recuerdan que la muerte es parte de la vida, y aunque no nos guste es inexorable para todo ser vivo. ¿Será esta la razón por la cual la humanidad, desde sus inicios, trató afanosamente de evitarla, buscando, descubriendo o inventando, en el devenir de su historia, elementos como la piedra filosofal, el santo grial, la alquimia, luego la química, desarrollando la medicina, la genética, la clonación, o el genoma, hasta llegar a la nanotecnología, tan sólo para evitar el trauma de la muerte?
Mejor hablemos de algo más alegre. En esta época, si bien recordamos a los difuntos visitando sus tumbas y llevándoles flores, también se les prepara la comida que en vida les gustaba. El 1 de noviembre, al mediodía, las familias de los exánimes alistan una mesa sobre la cual disponen de un mantel (blanco si el difunto es un niño, negro u oscuro si era un adulto), y sobre él colocan elementos simbólicos: una foto del difunto y velas encendidas, con una cantidad variable de alimentos que acompañan el homenaje como fruta seca, mazamorras, platos típicos, coca, chicha y Tantawawas.
Al día siguiente, los rezos y cánticos se repiten con sumo entusiasmo —hasta se ven mariachis, bandas, orquestas, y distintos grupos musicales al gusto del cliente— “para las almas”. Por otro lado, los manjares dependen de la importancia del muerto y de la riqueza de su familia: a veces llegan a ser impresionantes. Al mediodía, empieza el ritual de despedir a las ánimas, quienes deben regresar al mundo subterráneo. Esto se acompaña con una comida abundante, pues se cree que el muerto necesita de mucha energía para su viaje de vuelta. Así, muchos cementerios se transforman por unas horas en un gigantesco festín.
Pero, ¿qué es la Tantawawa? Significa literalmente “niño de pan”, y es la reminiscencia del rito incaico que consistía en regalar infantes sacrificados a las divinidades del mundo sobrenatural. Las Tantawawas son muñecas hechas con una masa de harina de trigo, manteca, azúcar y diferentes especias, adornadas con “caritas o mascaritas”, que decoran y le dan una belleza auténtica. Sin embargo, en el Día de todos los Santos, también se hacen los “achachis”, caballos, llamas, escaleras, etc. Por ejemplo, los “achachis” son figuras que representan a las personas de avanzada edad, como los abuelos o padres; los caballos y llamas aseguran el buen traslado de los difuntos de la “Pachamama” (madre tierra) hacia el “Ucupacha” o al “Hananpacha”. Las escaleras tienen el propósito de subir a los finados hasta las nubes para que descansen en paz.
Las Tantawawas, que siempre están adornadas con grageas, fruta confitada y pasas, simbolizan de cierta manera el reto a la muerte, ya que todo niño es un recién nacido, el principio de la vida. Por otro lado, si bien la muerte nos trae nostalgia, recordar a los difuntos, mediante estas costumbres, nos alegra y endulza la vida.
¿Qué es la Tantawawa? Significa literalmente “niño de pan”, y es la reminiscencia del rito incaico que consistía en regalar infantes sacrificados a las divinidades del mundo sobrenatural.
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