Leonardo Mendoza Mesías
El
Huaylarsh es una danza que se origina en el centro del Perú como un símbolo de
la cultura popular andina, que es ejecutada mayoritariamente en las localidades
al sur del valle del Mantaro.
Según
Albert Kraboitzca, antropólogo yugoslavo: «Entre las principales danzas del
mundo, el Kasachov (de origen ruso) es considerada la danza más enérgica y
viril, pero bien podría ser desplazada, según su difusión y crecimiento, por el
Huaylarsh que hace un despliegue mucho más poderoso de fuerza, intensidad,
coreografía y elegancia, donde el hombre y la mujer tienen un papel protagónico
por igual (…) No es una demostración bélica, pero su zapateo y confrontación de
movimientos pueden extenuar a cualquier ejecutante».
También conocido
como “Huaylas”, durante las últimas décadas ha tenido una fuerte bifurcación en
su tradición, pues se ha dividido en moderno y antiguo, en referencia a la
vestimenta y los momentos que representa en su ejecución.
El
Huaylarsh moderno es, supuestamente, sucesor del antiguo, bailado por los
campesinos para expresar las faenas agrícolas como el preparado de la tierra,
la siembra del maíz y el recultivo de la papa, cuyo mensaje se transmite
durante el zapateo. Por otro lado, aunque quizá sea muy atrevido señalarlo, el
antiguo se refiere básicamente a la época de siembra, por ello la vestimenta es
más simple, como todo traje de labor, hecha primordialmente de bayeta, y se
baila sin zapatos, mientras que el moderno alude a la cosecha, produce más
algarabía y jolgorio en los celebrantes, pues se recogen con mejores galas los
frutos del trabajo, por tanto, el vestuario es más colorido como evidencian los
fustanes, chalecos y polleras impregnados de multicolor.
Actualmente,
muchas municipalidades comprometidas con el arte, el desarrollo y la
conservación de la identidad local, propician espectaculares concursos de Huaylarsh,
a partir de esto emergen actividades complementarias como la elaboración de
finos talqueados y vestidos que engalanan y llenan de color dichos
contrapunteos. Un ejemplo de esto lo encontramos en Huancán que, por su
esfuerzo en la elaboración de dichos trajes y bordados, se ha ganado el título
de “capital del bordado huanca”.
Las fechas
propicias para su celebración están, sobre todo, en el mes de febrero, pero se
prolongan fácilmente hasta marzo y abril con los diversos concursos, lo cual
desencadena una serie de monumentales pasacalles que llenan las principales
calles de la ciudad con cientos de jóvenes, quienes con mucho rigor, juventud y
pasión danzan, “guapean” y viven esta viril representación, después de haberse
preparado por varios años, incluso en muchos casos, desde la infancia.
Sin lugar
a dudas, lo más interesante de estos concursos es la destreza de cada danzante,
varón y mujer, que muestra su mejor zapateo, sonrisa y resistencia física, bajo
una sin igual coreografía que hace alusión al cortejo del zorzal negro
(“chihuaco” en los Andes) al compás de las orquestas típicas —que fácilmente
superan los S/. 8000, por el costo de sus servicios— y los fuertes saxos que
los acompañan, contagiando a los presentes a imitarlos, aunque esto los lleve a
tener por semanas un fuerte dolor de riñones.
Pero
hablar del Huaylarsh es también rememorar a don Zenobio Dagha Sapaico, violinista, compositor
y músico huancaíno, que fue uno de los más importantes impulsores y cultores de esta manifestación
folclórica, quien además creó, recuperó e interpretó cientos de canciones para
esta danza. Entre sus más destacadas creaciones encontramos “Yo soy huancaíno”,
“Mi Chupuro”, “La flor del Huallao”, entre muchas otras.
Como
vemos, el Huaylarsh más que una sencilla expresión popular es toda una
representación de la racionalidad andina. Es una forma de pensar, sentir y
vivir, de agradecer y alegrar a la tierra que nos vio nacer, que nos alimenta y
nos acoge.
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