El marino que perdió la gracia del mar
Yukio
Mishima
Cuando coja sus pechos, se acurrucarán
contra mis palmas con pesadez sudorosa y magnífica. Me siento responsable de la
carne de esta mujer, pues me desgarra dulcemente como lo hacen otras cosas que
son mías. Me estremece la dulzura de su presencia: cuando me sienta temblar se
volcará como la hoja de un árbol sacudido por el viento y dejará que yo vea el
lado vacío de sus ojos.
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