Héctor Meza Parra
No es cierto que la lectura sea ajena
al interés del alumno, lo ajeno es que los padres no están acostumbrados a
leer, mucho menos a comprar libros, y esa carencia, quiérase o no, se transmite
hereditariamente hasta el punto de hacer circular por la sangre el desdén y
pereza por la lectura.
Esa brecha hace que los niños y
jóvenes estén a años luz de los textos, y por lo tanto, no les tengan ningún
cariño. En nuestro país no existe la adquisición de la cultura, es decir, de
agregar al presupuesto familiar el alimento para el alma: el libro. Al padre
jamás se le va escuchar decir a fin de mes: «Hijo, acompáñame a comprar libros».
Esa frase, aunque parezca irónica, correspondería más a un parlamento de
ciencia ficción que a un hecho cotidiano de nuestro medio.
Es más fácil, para los jefes de
familia, soltar dinero para sus gustos personales o cualquier otra vanidad nada
productiva, que adquirir una colección de obras literarias para la “biblioteca”
de casa. Esto trae como consecuencia que la persona que lee sea catalogada de
aburrida y antisocial. Lo que sucede es que se ha permitido el avance de la
peste de la ignorancia y la indiferencia por lo bueno y nutritivo; es decir,
siempre se estará persistiendo en lo malo y dañino, aunque uno sea consciente
de ello, y ahí están la televisión y otras liviandades modernas con sus
programas raquíticos y epidérmicos que no ayudan en nada a revertir esa
realidad caótica.
A esto se suma la traición que se da
en los hogares. Un ejemplo: cuando en el colegio se pide a los padres que
adquieran tal o cual obra para su hijo o hija, lo primero que hacen es levantar
la punta de las cejas en señal de desaprobación para luego de unos segundos
aflojar la cara y soltar la respuesta fría: «No hay plata para libros». Y si el
maestro insiste, le saltará la malicia y atacará: «Lo que pasa es que ese
profesor, como se muere de hambre, quiere ganar su comisión y yo no le voy a
dar de comer, ¡qué trabaje!» Y si el maestro vuelve a insistir, correrá el
riesgo de ser denunciado.
Mientras ese cerebro mezquino y
estrecho tutele la vida de ese padre, jamás dejará avanzar a su hijo. Por lo
tanto, seguiremos teniendo una niñez tozuda, inculta e ignorante, y en el futuro tendremos a los
mismos mediocres gobernando este país dentro de una próspera, alegre y
deleitable oscuridad. Ciegos guiando ciegos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.