lunes, 27 de diciembre de 2010

La Navidad en las “Tradiciones peruanas”


Juan Carlos Suárez Revollar

Las “Tradiciones peruanas” de Ricardo Palma son, acaso, el mayor muestrario que tiene la historia peruana, pero en clave de ficción. En el siguiente artículo se hace una revisión de la totalidad de tradiciones enfocada en la Navidad.

El tradicionista Ricardo Palma en retrato al óleo por Teófilo Castillo

Ricardo Palma ha sido parco al abordar la Navidad en sus “Tradiciones peruanas”. Tras una minuciosa revisión apenas si se encuentra un puñado de tradiciones que, de forma sucinta, considera esta fecha, salvo “El mes de diciembre en la Lima antigua”, y bastante relacionada a ésta, “Los barbones”.
Buen número de las menciones a la Navidad son sólo eso: «con más garbo que una reina y con más ángel en la cara que un retablo de Navidad» en “Haz bien sin mirar a quién”. O se usa esta celebración para contabilizar la edad: «frisaba su señoría el marqués en las sesenta navidades», o «contaba nada menos que ciento veinte navidades», en “Un drama íntimo” y “La venganza de un cura” respectivamente. Así también en “Refranero limeño” Palma nos habla de «un refrán numismático que usaban las abuelitas cuando querían ponderar el número de navidades que una persona carga a cuestas. Decir de una mujer, por ejemplo: ‘Fulana no tiene ya cara ni sello’, era declararla moneda antigua, fea y gastada».
De “Batalla de frailes”, por su parte, si bien no es de tema navideño, su nudo narrativo transcurre durante la Nochebuena y la Navidad de 1680, en que unos frailes hacen un cómico intento de revolución, con incendio, represión armada y muertos incluidos. Igualmente, “Los pasquines de Yauli” tiene su arranque en la Navidad de 1780, cuando aparece en la puerta de la iglesia un pasquín subversivo más explícito que otros anteriores, y nos lleva a la torpe busca de los autores, donde aparece además una conciudadana nuestra: «en el pueblo había una muchacha de respingón y ojo alegre, conocida con el apodo de la ‘Coquerita’, oriunda de Huancayo, que sabía leer y escribir y que siempre andaba echando versos a sus galanes».
La aristocracia marchaba a la misa del Gallo, seguida de
«opípara cena, en la que el ‘tamal’ era plato obligado»,
y luego se bebía y bailaba hasta el amanecer.
“La primera campana de Lima”, en cambio, relata cómo, para evitar orar acompañados por el poco cristiano toque de corneta y redoble del tambor, los conquistadores junto al propio Pizarro forjaron una campana «que pesaba mil trescientas libras y que resultó muy sonora, y se dejó oír por primera vez en la Nochebuena de diciembre, con gran contentamiento del vecindario limeño».
Por otra parte, “Truenos en Lima” y “Una chanza de inocentes” tocan dos temas cercanos a la Navidad: la primera el siniestro fin de año de 1877 con «una gruesa lluvia, acompañada de relámpagos, seguidos de la detonación de cuatro truenos»; y la segunda una broma por el día de los inocentes gastada al siempre lúbrico Simón Bolívar, que marcó el fin de su estancia en Bolivia.

Ilustración del acuarelista limeño Pancho Fierro para la tradición “El mes de diciembre en la antigua Lima”, donde se aprecia la feria navideña en la Plaza Mayor.

Navidades propiamente
La sarcástica “Sabio como Chavarría” contiene una alusión a la época en que vivía Palma: «hoy papás, mamás y padrinos derrochan por pascua de diciembre un dineral en juguetes para los nenes, que así duran en sus manos como mendrugo en boca de hambriento. La vanidad ha penetrado hasta en los pasatiempos de la infancia». “Refranero” menciona, en el apartado referido a “Estar a la cuarta pregunta”, que «preguntado si era cierto que en la Nochebuena de Navidad gastó en esto y lo otro y lo de más allá, dijo no ser cierto, por ‘estar a la cuarta pregunta’», es decir por ser pobre.
Finalmente, “El mes de diciembre en la Lima antigua” nos dice que «desde las cinco de la tarde del 24 de diciembre los cuatro lados de la Plaza Mayor ostentaban mesitas» sobre las que se vendía desde flores y juguetes hasta licores, dulces y pastas; que «a las doce todo el populacho quedaba en la plaza multiplicando las libaciones», mientras la aristocracia marchaba a la misa del Gallo, seguida de «opípara cena, en la que el ‘tamal’ era plato obligado», y luego se bebía y bailaba hasta el amanecer. Se armaba en las casas, también, los nacimientos, y los visitantes amigos eran invitados a beber chicha morada o jora, llamadas durante la ocasión “orines del Niño”. «El más famoso de los nacimientos de Lima era el que se exhibía en el convento de los padres belethmitas o barbones. Y era famoso por la abundancia de muñecos automáticos y por los villancicos con que festejaban al Divino Infante».
Efectivamente, y como se cuenta más ampliamente en “Los barbones”, este nacimiento era exhibido «desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero en la capilla de su convento», donde «la Virgen, San José y el Niño, que movía la manita como para bendecir», eran contemplados por el pequeño Ricardo Palma y otros boquiabiertos rapazuelos.



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