sábado, 1 de enero de 2011

EL LIBRO QUE CAMBIÓ MI VIDA


“La vida exagerada de Martín Romaña”, Alfredo Bryce Echenique

Romy Acevedo Zárate


La entrañable historia de Martín Romaña llegó a mis manos hace muchos años de manera casual. Ciertamente, mi modesto presupuesto de estudiante me convirtió, por un tiempo, en una entusiasta lectora de libros prestados. Sus indiferentes propietarios solían procurarme el primer libro que encontraban en sus estantes. Para suerte mía, Martín Romaña se toparía casualmente con el prestamista de turno y dejaría de ser un libro más de entre los muchos que se apilaban en el deshonroso estante del olvido.

Martín Romaña, como ninguna otra criatura novelesca, educó mi adolescencia. En efecto, la primera lección que me dio este sentimental irremediable versa sobre el amor. Pero ¿qué puede enseñar sobre el amor un personaje que aún no logra desentrañar las razones por las que un día su Inés lo abandonó? ¿Qué clase de educación sentimental puede proporcionar un sujeto que dice llegar tarde a todas las edades de la vida? Es simple. A pesar de los exagerados errores en su vida amorosa, Martín Romaña me contagió esa profunda fe en los libros para mejorar y enriquecer las relaciones personales. No olvidemos que, para conquistar y conservar a Inés, adhirió a su personalidad toques de Freud, chispazos de Bécquer y retazos de Henry Miller. Era, como vemos, un amor cultivado que no se limitaba al placer puramente físico, sino enriquecido con rituales, situaciones y gestos que lo dignificaban.

Pero la razón fundamental que me llevó a elegir a Martín Romaña como mi personaje favorito fue la enorme semejanza entre él y yo: esa torpeza, esa timidez, esas ganas de “no molestar”, y lo más importante, por ser ese hombre que escribe porque quiere comprender, pues hasta el momento es un hombre caído; pero al escribir, al contar lo que ha vivido, logra perdonarse y reconciliarse con el mundo. Y es que uno está metido en vivencias que no entiende y las empieza a entender cuando las verbaliza, cuando el lenguaje da a los hechos cierto orden.

Seguramente mi generoso prestamista de libros no entenderá nunca por qué me rehusé a devolverle el ejemplar de “La vida exagerada de Martín Romaña” arguyendo mil excusas. Pero leer a Bryce me puso en contacto con sentimientos que ignoraba que tenía, me puso en contacto con mi “otredad”; y, por eso, me niego a aceptar que el libro que tantas enseñanzas me brindó regrese al antiguo estante de la indiferencia.

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