El sueño de Vargas Llosa
Sandro Bossio Suárez
Si a Mario Vargas Llosa le hubieran dado un premio Nobel por cada una de sus obras maestras, probablemente hubiera recibido cinco o seis de las codiciadas preseas. Pero, pese a lo que dicen muchos, no se lo hubieran dado por “El sueño del celta”, su más reciente novela publicada en plena escalada de la gloria.
Como sabemos, se trata de una obra literaria que retrata los avatares del legendario irlandés Roger Casement, mítico personaje sindicado en su época de moral e inmoral, de héroe y villano, de escandalizado y escandalizador, en fin, un memorable personaje que solo pudo acomodarse en la historia después de muerto.
El protagonista aparece en la novela como el pionero que se atreve a denunciar, en dos legendarios informes, las pavuras del colonialismo tanto en el Congo Belga como en la Amazonía sudamericana. En líneas generales, la novela comienza en 1903, en el Congo, y termina en una cárcel de Londres en 1916. Pero, estructuralmente, se divide en capítulos pares e impares que se enfrentan por épocas. Los últimos relatan los noventa días preliminares a la ejecución de Casement, centrados en su proceso judicial a raíz de su presunta participación en la sublevación irlandesa por la independencia (aquí se desglosan brillantes diálogos entre el reo y su carcelero). Los capítulos pares, generosos y analépticos, narran las excursiones, andanzas y periplos del protagonista en el Congo, la Amazonía peruana y la propia Irlanda en busca de la emancipación del imperio británico.
“El sueño del celta” es, como podemos ver, un “biopic” (género que adapta biografías de diversas personalidades), donde no se escamotean datos extremadamente personales de Casement. Sirve, incluso, para adentrarse en su supuesta y terrible vida sexual, que, sin embargo, queda en el limbo, puesto que el lector nunca sabe si es verdad o producto de los acusadores políticos del protagonista para desprestigiarlo ante la nación. “Es una gran mentira que narra una gran verdad”, ha dicho el propio Vargas Llosa de este libro.
Si hemos de detenernos en sus méritos, los más encumbrados son, sin lugar a dudas, el creciente interés de la obra que, en los mejores momentos, escandaliza, conmueve, indigna ante la barbarie del colonialismo: la esclavitud de niños y mujeres en los bosques de caucho, los castigos físicos, la crueldad elevada a su mayor pináculo.
Como peruanos, desde luego, nos llama poderosamente la atención las dramáticas aventuras de Casement en el Perú, en cuya Amazonía descubre la organización criminal de Julio Arana (cabeza de la Peruvian Amazon Company), quien obliga a los nativos a trabajar en las caucherías sin alimentos, sin pago alguno, con marcas de carimba en las nalgas, bajo torturas y amenazas de todo tipo en caso de motines (decapitados, colgados, mutilados). Llama especialmente la atención el pasaje en el que el narrador describe, vívidamente, la incineración de un huitoto vivo como castigo por haber acopiado poco látex. Siguen páginas enteras con el exterminio de los ocaimas, muinanes, andoques, boras. Vargas Llosa, así, consigue una poderosa delación de la bestialidad y codicia humanas.
Podemos decir que se trata de una novela valiosa desde el punto de vista histórico y social. Sin embargo, el talento de uno de los mejores escritores del mundo actual, su voluntad de renovarse en cada libro, no alcanzan para redondear una obra maestra. Lo que debería ser un mérito en el libro, en este caso la ingente información y afán de investigación, termina siendo un demérito: el discurso aparece demasiado ficcionalizado y el discurso moralizante resulta exagerado, aplastante, denotativo. El material informativo, de ese modo, termina convirtiendo las páginas del libro, por momentos, en farragosos expedientes que detienen la diégesis y el flujo de conflictos.
Por otro lado, a excepción del propio Casement, la novela carece de grandes personajes, como le sobra a “La guerra del fin del mundo”.
Con todo, “El sueño del celta” es un libro valioso, seguramente de menor nivel entre las grandes novelas de Vargas Llosa, pero extraordinario en la muestra de su vigencia.
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