Estaciones de paso
Almudena Grandes
Mayo correspondía a una rubia teñida y muy maquillada que tomaba el sol
desnuda hasta de su propio vello y en una postura incomodísima, encima de una
peña, con un río al fondo. Tenía las piernas abiertas, una pañoleta blanca
sobre los hombros, el cuerpo arqueado, los labios fruncidos y los ojos fijos en
la cámara. Debajo de sus pies, y en el mismo tono rojo que había escogido para
pintarse las uñas, se 98 leía el nombre del taller, mi propio apellido. Eso
tampoco era nuevo. Había visto antes muchos calendarios parecidos, y sin
embargo, aquél también me pareció distinto.
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