Travesuras de la niña mala
Mario Vargas Llosa
Se dejó besar, acariciar, desnudar, siempre
con esa curiosa actitud de prescindencia, sin permitirme acortar la invisible
distancia que guardaba frente a mis besos, abrazos y cariños, aunque me abandonara
su cuerpo. Me emocionó verla desnuda, sobre la camita colocada en el rincón del
cuarto donde el techo se inclinaba y apenas llegaba el resplandor de la única
bombilla. Era muy delgada, de miembros bien proporcionados, con una cintura tan
estrecha que, me pareció, yo hubiera podido ceñirla con mis dos manos. Bajo la
pequeña mancha de vellos en el pubis, la piel lucía más clara que en el resto
de su cuerpo (…) ésta era la noche más feliz de mi vida, nunca había deseado a
nadie tanto como a ella, siempre la querría.
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