Roberto Loayza
Cárdenas
Alfred Hitchcock junto a su esposa Alma Reville. |
En 1918, Alma Reville pensó que podía
conquistar el mundo del cine e hizo el protagónico femenino en un biopic sobre
el primer ministro inglés, en épocas de la I Guerra Mundial: “David Lloyd
George”, hoy el filme es una pieza de museo.
En 1918, Alfred Joseph Hitchcock
sufría doblemente, su sobrepeso era un problema y estaba en plena carrera
militar con los Royal Engineers, hasta lo obligaban a hacer ejercicios y usar
botines, pobre Al.
“Gas” se llama la primera obra que se
conoce del genio londinense. No es una película sino una historieta, donde
mostraba un inquietante interés en los juegos de la mente y en los
sorprendentes giros narrativos. El gusto por lo gráfico lo llevó a interesarse
en la fotografía y, por consiguiente, en el cine, logrando entrar en lo que más
adelante se convertiría en Paramount Pictures, diseñando títulos de cintas, y
como asistente mil oficios de directores de los que hoy no se acuerda nadie.
Estuvo de “gato” por algunos años.
Tras una cinta sin terminar y un corto
desapercibido, debutó “oficialmente” tras las cámaras en 1925 con “El jardín de
la alegría”, una comedia oscura con su respectiva dosis de homicidio en tiempos
cuando el sonido aún no llegaba al cine.
Los sueños de Alma de ser una estrella
cinematográfica se esfumaron, y probó
suerte como encargada de continuidad, esas personas que tenían como labor poner en orden cronológico las
películas filmadas en completo desconcierto. Una de ellas fue, justamente, “El
jardín de la alegría”, donde también hizo de asistente del robusto director. La
pareja no perdió tiempo y, al año siguiente, Reville se convertiría en Lady
Hitchcock.
54 largos dirigió Hitch, muchas de
ellas invaluables joyas de la cinematografía mundial: “La ventana indiscreta”,
“Psicosis”, “Vértigo”, “Intriga Internacional”, “Rebeca”, “Tuyo es mi corazón”,
“Extraños en un tren”, “La llamada fatal”, “La soga”, “La dama desaparece”, “La
sombra de una duda”, son solo algunas de las obras por las que es considerado
uno de los más grandes artesanos de la historia del sétimo arte, y en todas
ellas su amada Alma estuvo con él.
Era la única persona en este mundo a
quien Hitch escuchaba y obedecía con devoción, si a ella no le gustaba un
guión, un actor o un detalle, el director lo desechaba. Solo Alma podía
comprender las pasiones y desviaciones de su genial marido, y su eterno deseo
por poseer a sus musas, como Ingrid Bergman, Grace Kelly, Tippie Hedren, entre
muchas otras. Tuvieron una hija, Patricia, la compañera de oficina de la
trágica Marion Crane en “Psicosis”.
A pesar de que su vida era un infierno
a fines de los 70, debido a sus múltiples enfermedades y a tener que ver al
amor de su vida postrada en una cama tras un derrame, Hitchcock continuó trabajando
en su último proyecto: “The Short Night”; sin embargo, “la pálida” que siempre
quiso ser actriz, se lo llevó a escenarios más interesantes, el 29 de abril de
1980. Alma lo siguió dos años más tarde.
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