lunes, 2 de agosto de 2010

Perfume de mujer

(Edición Nº 324 del 31 de julio de 2010)


Ella se apretó con fuerza contra mí y su cabello me rozó la cara. Levantó la boca para que la besara. Estaba temblando. Entreabrió los labios y los dientes y sentí su lengua que se introducía en mi boca como una saeta. Entonces dejó caer las manos, dio un tirón a algo y el salto de cama que llevaba se abrió y apareció desnuda como una sirena y sin ninguna muestra de timidez.
—Llévame a la cama —murmuró.
Lo hice. La rodeé con mis brazos, tocando su piel desnuda, su piel suave, su carne que ofrecía. La levanté y la llevé a la cama y la acosté. Ella siguió rodeándome el cuello con sus brazos. Hacía una especie de ruido sibilante con la garganta. Después se agitó y gimió. Sentí que perdía yo mi propio control.

Raymond Chandler, El largo adiós

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