En una sociedad en la que a diario se suele ver y oír de atentados a la cultura, moral, buen gusto, etc., hablar de reivindicar el pensamiento esencial del ande, su arquitectura y ancestral manejo de territorio, pareciera ser una utopía, pero por otro lado sumamente alentador cuando alguien es capaz de explicarlo a través del ejemplo. Luis Longhi, uno de los mejores arquitectos peruanos, hace algunos días en el inicio del taller de titulación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional del Centro del Perú, con la elocuencia, pasión y brillantez de ideas que lo caracterizan, nos explicó sus proyectos y ejercicio de una singular labor en la docencia universitaria, diferente a la predominantemente visión “bauhausiana”, que caló hondo en la audiencia atizando deseos adormilados por querer realizar un buen proyecto de arquitectura como tesis, según manifestaron los interesados y estudiantes.
Posteriormente, ya en un círculo menor pudimos conocer otros detalles de su trayectoria profesional, como aquella sobre sus estudios secundarios realizados en uno de los colegios salesianos de Huancayo, que al término de ellos ingresó a la facultad de Arquitectura de la UNCP, luego estudio en la capital y posteriormente con el bachillerato emigró a Philadelfia (EE. UU.), donde vivió durante ocho años, además de estudiar animación arquitectónica y arquitectura paisajista en la universidad de Harvard. Actualmente enseña en diversas facultades del país, luego de haber compartido cátedra con Juvenal Baracco, durante muchos años.
Nos explicó que en el momento actual de arquitectura poco relevante y hasta mediocre es una cuestión de honor y un gran reto, tener que lograr identidad en el proyecto arquitectónico, identidad con el lugar, identidad profunda, de pensamiento, de esencia cuya búsqueda está más allá de colocar “un vano trapezoidal dentro de un muro de ladrillo o concreto”, y que para ello hace falta que el diseñador se encuentre “en estado de gracia”, de sentirse en comunión con el sitio a fin de que la “propuesta” sea “aceptada” por el lugar.
Pude así percibir una personalidad despojada de poses y de cualquier ruido, profundamente humana y tolerante, propia de los grandes maestros líderes, capaces de abrir caminos y trazar rumbos a seguir, para “construir aquel Machu Picchu contemporáneo” como nos recalcó, sueño que hay que conquistar y que él viene logrando con su obra, la casa Pachacamac, en cuya elucubración trasciende los cánones contemporáneos o esnobistas y en la que, luego de haberse sumergido en aquella fuerza telúrica del emplazamiento y el respeto hacia la naturaleza, ha logrado construir espacios que hablan de mundos antiguos, profundos, de vidas sin fin y que reivindican lo perdido de toda nuestra milenaria herencia prehispánica.
A través de estos párrafos, agradecemos al arquitecto Luis Longhi por compartir desinteresadamente sus conocimientos y experiencias y saber que para llegar lejos "realmente, hay que tomarse muy en serio los sueños", como dice Tadao Ando, otro gran maestro de la arquitectura.
Es una cuestión de honor y un gran reto, tener que lograr identidad en el proyecto arquitectónico, identidad con el lugar, identidad profunda, de pensamiento.
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