Sandro Bossio Suárez
Los pueblos recuerdan el Diluvio Universal por tradición oral. Los huancas lo presentan así: «Este Valle del Mantaro era un lago con un islote rocoso, denominado Wanka (piedra). Habitaba en él un Amaru (saurio), con cabeza de llama de piel de batracio, dos aletas no adaptadas al vuelo y una cola inmensa. El dios Tulumanya (arco iris), engendró otro monstruo. Como ambos eran machos, se disputaban el dominio, trabando feroces combates; en uno de ellos, el más viejo perdió su cola. Indignado, el Dios Viracocha desencadenó una lluvia prolongada, con rayos y truenos, cuya masa de agua derribó el cerro de contención al lado suroeste, abriéndose paso, formando el cauce y el actual río Mantaro».
El Valle del Mantaro abarca sectores de las altas mesetas centrales y de la Cordillera Oriental. Además, incluye la depresión de Ingahuasi y la parte sudoriental de la depresión de Huancayo y Jauja, donde se preserva un espeso relleno de la edad cuaternaria.
Tanto en las altas mesetas como en la Cordillera Oriental, entre los 4,000 y los 4,500 de altura, se observan restos de superficie de puna, profundamente erosionada por glaciares y la escorrentía superficial. Estudios geológicos afirman que «en un mar que ocupaba la parte sudoeste de la localidad, se sedimentaron las areniscas de la formación de Cercapuquio y las calizas de la formación Chunumayo».
Igualmente, en edades aurorales del planeta se depositaron estas areniscas en partes marinas y continentales. Luego la plataforma fue invadida por un mar somero, en el cual se acumuló la sucesión clásica de estratos calcáreos del cretácico medio y superior. Más estudios detallan que la aglomeración de residuos marinos se interrumpió definitivamente después de la era comical.
Hace millones de años el Valle del Mantaro era el fondo de un gran mar, que, con el afloro de la tierra y el levantamiento de la Cordillera de los Andes –hace unos 200 millones de años–, quedó relegado al lugar donde actualmente están los océanos. Pero, en su retroceso, este mar fue dejando lagunas, muchas de las cuales perviven hasta hoy en nuestro valle y son de origen marino.
Probablemente, el nevado del Huaytapallana, hace millones de años, era un poderoso volcán. Eso se desprende del origen volcánico de su conformación granítica. Igualmente, las alturas de Pucará, en apariencia, estaban plagadas de volcanes. Quiere decir que el Valle del Mantaro era un verdadero emporio de volcanes, con un clima feroz que fue erosionando, cortando y refilando nuestra actual forma geológica.
De la edad jurásica, unos 200 millones de años atrás, pocos vestigios quedan en el Valle del Mantaro. Aparte de unas cuantas muestras de fémures y tibias gigantes, probablemente sean los restos fosilizados (parte de una cola de 22 vértebras) encontrados en Huáchac los que mayor relevancia tengan. Esta ausencia de remanentes prehistóricos hace pensar en una escasa presencia de grandes reptiles en el ámbito del Mantatro. Al parecer, éste no era el hábitat de los dinosaurios. Sin embargo, sí lo era, en eras más cercanas a la nuestra, la del esmilodonte (literalmente “dientes cuchillo”, en griego antiguo, género extinto del félido dientes de sable de la subfamilia de los macairodóntinos), cuyos restos de uno de sus ejemplares fue hallado en 2003 en la caverna de Walicoto, en el flanco del cerro Ullacoto, en Huacrapuquio. Hoy el Museo Paleontológico de ese lugar alberga y expone los restos tratados y reconstruidos del espécimen, que son los más completos hallados en toda Sudamérica, cuya antigüedad data de hace unos veinte mil años.
También se ha comprobado la vida prehistórica de mamíferos y animales de grandes proporciones en la zona, como osos primitivos y cinodontes, voluminosos antepasados caninos.
¿No era este, en consecuencia, la nación que adoraba a los perros?
El Valle del Mantaro era un verdadero emporio de volcanes, con un clima feroz que fue erosionando, cortando y refilando nuestra actual forma geológica.
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