Cuando la historia es espléndida y la forma de ponerla en escena resulta inmejorable aparecen películas atemporales como “Ciudadano Kane”. La primera vez que la vi fue gracias a una cinta de VHS que se vendía junto a un diario, y que apenas había podido adquirir, no para mí sino para endosársela a un gran amigo que sí tenía, en ese entonces, uno de esos caros reproductores. Mi curiosidad había sido mordida por haber leído en una enciclopedia que este filme capitaneaba a los cien mejores de la historia. El golpe fue tremendo cuando la tuve enfrente de mí. Desde sus inicios, entre esas tinieblas que la presentaban, esa mansión inmensa que se elevaba en la montaña, los carteles amedrentadores en la voluptuosa reja, te llevaban al interior de la colosal vivienda, y allí yacía un hombre enclenque, que apenas jadeaba, y que en un salto de esfuerzo último, pronunciaba una palabra inteligible, utópica, absurda: “Rosebud”.
Esta rarísima expresión servía de poderoso pretexto para irnos narrando la opaca versión de los hechos indescifrables de la compleja y vertiginosa vida de Charles Foster Kane, un magnate entrado en decadencia, que lo tuvo casi todo, incluso el poder de la palabra escrita para propiciar guerras o evitarlas, pero menos la sencillez protectora y una vida con sentido que le fueron arrebatados en su niñez.
Esta genial obra de Orson Welles, que aborda temas como la futilidad vital, la nostalgia, la ambición desbordada, y que es atravesada por una conseguida tonalidad dominada por una evocación melancólica, despierta todo tipo se sentimientos. De ahí que siempre la vuelvo a ver de tanto en tanto, y celebro ahora tenerla en un DVD de doble capa con una versión restaurada y remasterizada que me aseguran ese noble placer para los ojos y una gimnasia necesaria para el pensamiento.
¿Y cómo no volverla a ver todas las veces que se puedan? Si, además, "Ciudadano Kane" exhibe con estupenda soltura una variedad formidable de avances técnicos, como una elaborada puesta en escena, la utilización detallada del gran angular y profundidad de campo, la fuerza de sus angulaciones y encuadres, transmisores de una enorme expresividad, un juego de luces y sombras derivado del expresionismo alemán al puro estilo de las primeras películas de Fritz Lang, la fluida capacidad para mover la cámara más allá del encuadre, el genial uso del montaje o su innovador empleo del sonido como engranaje narrativo.
En suma, es todo un peliculón que merece mil veces verse a pesar del tiempo y de esos bodrios palomiteros que pululan en la todavía única sala de cine de Huancayo.
"Ciudadano Kane" exhibe con estupenda soltura una variedad formidable de avances técnicos, como una elaborada puesta en escena, la utilización detallada del gran angular y profundidad de campo
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