jueves, 8 de diciembre de 2011

CUENTO: 2do lugar

Ron, hielo y moscas negras

Roberto Salazar Solano (Huancayo, 1984)

He vuelto a soñar con moscas negras y con el hombre sin rostro. Me desperté empapada en llanto la noche pasada. Desearía dejar de leer.
“Winter Trees”, de Sylvia Plath; leyendo sus intensos y desgarrados versos no voy a olvidarme de ti; pero no quiero dejar de pensarte; me aterra la idea de que quizá sí sea capaz de no echarte de menos, y entonces qué sucederá con mis ideas; hacia dónde huirán mis sentimientos…
“Clouds, clouds”; nubes, nubes. Tras “the furnace of greed” (el horno de la codicia), ¿cómo es posible que haya nubes tras el horno de la codicia?
¿Por qué soñar con moscas negras y con el hombre sin rostro?
¿Por qué no dejaste que me quedase a tu lado? ¿Por qué dejé que te marchases?
Qué importancia tiene ahora que las persianas del salón ya no quieren ser bajadas, o que los zapatos azules de mi armario hayan perdido todo su brillo. Cómo es posible que empiecen a gustarme el vodka y el ron, y que a veces, cuando llego a casa de la oficina, sienta la necesidad de tomar una copa. Son muchas las noches que duermo ebria; son muchos los recuerdos que he de aniquilar.
No he vuelto a tener sueños contigo. Dejó de obsesionarme la idea de tener la casa limpia y recogida. Me gusta el olor del polvo que cubre muebles y libros.
Me siento traviesa cuando preparo un té y, después de disfrutarlo, dejo la taza vacía junto a los libros que esparcí horas antes sobre la mesa del salón.
He aprendido a disfrutar mientras camino bajo la lluvia sin paraguas. Ya no echo de menos el sexo. Creo que me han crecido los pechos y las caderas. Las patas de gallo también de vez en cuando me chantajean, pero ha dejado de preocuparme el aspecto físico. Tampoco importa que el llanto me venza en la calle, en el autobús o en el trabajo. No siento necesidad de esconder mis lágrimas.
Y pienso en ti porque, a mi forma, fui capaz de amarte. Contra eso hoy no puedo luchar. Las hojas de los árboles están cayendo sobre el asfalto. No es otoño pero el aire las arranca con fuerza.
Estoy sentada escribiendo unas líneas que no comprendo. “The air is a mil of book” (el aire es un millón de signos de interrogación). ¿A quién le importa que hoy tampoco haya comido? Quiero un café. Un bombón. Quiero tu cuerpo, tu boca, tus inquietas manos recorriendo esta piel fría que necesita ser descubierta.
El hombre sin rostro ha salido de mis sueños. Se ha sentado junto a mí. Ha tomado mis manos. Ha abrazado este cuerpo y lo ha elevado suavemente. El hombre sin rostro me ha llevado al cuarto donde tú dormías a mi lado. El hombre sin rostro ha abierto las ventanas de la habitación después de tenderme en la cama. El hombre sin rostro me ha poseído mientras dejaba que entrasen las moscas negras en el cuarto. El hombre sin rostro ha besado mis lágrimas; ha jugado con mis pechos; ha bebido de mis entrañas. Después el hombre sin rostro ha cerrado las ventanas. Me ha dado un beso en la boca y se ha marchado, no

JURADO: El mérito indudable es su lenguaje poético, bastante maduro para un narrador en inicios. Un autor que dará mucho que hablar en el futuro si continúa explorando esa veta.

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