Hugo Velazco Flores (Huancayo, 1986)
Aquel hallazgo fue horrendo. A esa hora de la noche, el viejo edificio estaba en penumbras y un silencio casi material dominaba los pasadizos. Luego de forcejear algunos minutos, la puerta de la habitación 205 había cedido.
—Lo siento, Mark —dijo García cogiéndome del hombro—. Yo haré todo el trabajo. Es sólo que creí que debías estar presente.
Ingresamos, con sumo cuidado, entre los muebles que obstaculizaban el camino. Pronto llegamos al pie de la cama. Todo había sido intensamente removido, un hedor poderoso fluía debajo de una sábana. «De verdad lo siento mucho, Mark», repitió, «en un momento volverás a tu habitación, si lo deseas». Y con delicadeza quitó el embozo de su sitio.
En efecto, lo que quedó fue un cuerpo, ¿no era más bien un informe cúmulo de carne? La primera impresión fue brutal, no pude evitar imaginar un violento forcejeo y luego la hoja de un cuchillo penetrando decenas, quizá centenares de veces, el cuerpo desnudo de Amanda. Nunca, en los quince años de experiencia como médico forense, había visto semejante perversión; lo mismo debió considerar García cuando apartó un poco de cabello en busca de un rostro.
—Será un trabajo algo complicado —murmuró examinando las decenas de cortes que habían deshecho las facciones de la mujer.
Por tal aspecto creí ingenuamente, guiado por el amor que sentía por ella, que bien podría tratarse de una desdichada confusión, y que Amanda había prolongado su viaje por las previsiones de nuestro matrimonio. Un breve mareo me descompuso en tanto García exploraba los restos mutilados del cuerpo.
—¿No cabe duda? —interpelé mientras me apoltronaba en una silla.
García calló y empezó a redactar el informe; al cabo, aún de cuclillas, me miró sobre sus gafas:
—Ve a descansar, yo me encargaré de esto, luego pensaremos en lo demás. Aunque desearía saber algo. Sé que la viste por última vez hace una semana. Ella hizo un viaje…
—La contrarié, pero en fin, pretextó que era por la boda. Tardó más de lo previsto en volver. Yo tenía ganas de mostrarle el anillo de oro que había comprado para ella.
—Bueno, bueno, ve a descansar, Mark; de veras que lo siento mucho. No dejes de tomar un sedante, tienes un rostro patético —bromeó y siguió con el informe.
Yo había intuido que García deseaba hacerme más preguntas, pues de alguna manera me catalogaba como el principal sospechoso. Completó el informe y nuevamente se puso los guantes de goma.
—¿Sospechas de alguien?
—Es extraño —sostuve con cautela—. Amanda y yo llevábamos una vida aislada de todo el mundo, no es que reprobáramos a los demás, es sólo que ambos nos bastábamos. Es más, cada uno volvía a su habitación durante la noche: respetábamos nuestros límites.
—Nadie aguantaría una noche con un sonámbulo —bromeó con astucia, cosa que me afectó un poco en tal circunstancia—. ¿Continúas con las terapias?
—¡Ese médico es un incompetente! —contesté con sinceridad—. No logró nada conmigo, pero anoche entre tanto aguardaba a Amanda para mostrarle el anillo, un poco molesto, lo acepto, me quedé dormido. No recuerdo la última vez que caí en un sueño tan profundamente.
—Entonces no oíste nada raro —insistió— la escena debió ser violenta, los gritos…
—¡No creerás que yo tengo algo que ver con esto! —protesté—. Yo la amé; ella fue la única que logró entenderme, además le apasionaba mi profesión. ¡Nos casaríamos en una semana! ¡No tengo paciencia para escuchar todo esto! —sentencié desaforado, me coloqué un abrigo y caminé hacia la puerta algo confuso. García no trató de detenerme.
—Sé cómo te sientes, Mark. Yo soy tu amigo y nunca pensaría algo semejante, pero sería de mucha ayuda tener al menos un nombre en la lista de los culpables.
—¡Pues bien! ¡No vive nadie más en este edifico excepto el alcohólico de Julio, a quien vi abordar un taxi con dos maletas hoy en la mañana!
Y me volví hacia el vano de la puerta con la determinación de marcharme a quién sabe dónde, cuando García dijo:
—Lo que me llama mucho la atención de este cuerpo es la mano derecha.
—¿A qué te refieres?—inquirí.
—Tiene un anillo, un anillo de oro —sentenció.
JURADO: Trama redonda. El tema es conocido, pero delata a un autor que se halla en pleno proceso de análisis concienzudo de los mecanismos de la ficción, y en este cuento los usa de modo breve y diestro.
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