jueves, 8 de diciembre de 2011

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO

Las malas intenciones

Jorge Jaime Valdez

Es insólito tener dos películas peruanas, en nuestra pobre cartelera local, en una misma semana, pero eso sucedió con “El guachimán” y “Las malas intenciones”. Sin embargo, resulta evidente la diferencia abismal entre una y otra. “El guachimán” es una cinta comercial, efectista, esquemática, que parece haber sido hecha con la única intención de romper las taquillas en base a risas gruesas y a las calatas de rigor; parece una mala copia del “Especial del humor”. Todo lo opuesto sucede con “Las malas intenciones” que es una película notable, personal e intimista, que muestra a una cineasta sensible y con gran oficio para contar historias.
“Las malas intenciones” es la ópera prima de la cineasta peruana Rosario García Montero. La trama toca un episodio terrible de nuestra historia reciente, los primeros años de la violencia política vistos por los ojos inocentes de una niña, que tiene a un padrastro mediocre y a una madre distante. Su mundo se cae cuando se entera que tendrá un hermanito. Entonces, planea que el día que nazca su hermano, ella morirá. La niña que se llama Cayetana de los Heros (Fátima Buntinx) tiene una fascinación, ocaso una obsesión, por los héroes de la patria.
Esta película tiene muchos méritos y faltaría espacio para desmenuzarla y hacer un análisis más concienzudo. Sólo daré algunas apreciaciones. Por ejemplo, la dirección de arte, la banda sonora y la reconstrucción de época son impecables. A través de la magia del cine nos trasportamos a la Lima de los ochenta, específicamente a 1983: los cortes de luz por las explosiones son cosa de todos los días, vuelan torres de alta tensión, cuelgan perros muertos por las calles, y el clima de zozobra empieza a incrementarse. En este contexto, se muestra a una burguesía decadente, no ajena al racismo y a los prejuicios que parecen una triste marca peruana. Nótese la relación que guarda la familia de Cayetana con los que construyen su piscina o las empleadas domésticas. Hay una escena que ejemplifica esto, cuando la niña y su familia abordan un bote en Ancón para que sean trasportados hacia sus lujosos yates, los niños cobrizos, “del pueblo”, que, dicho sea de paso, es el biotipo de la mayoría de la población peruana, se cuelgan de los extremos del bote ante la mirada extraña, confundida y discriminadora de la familia de la protagonista.
La fotografía tiene un tratamiento interesante, el vestuario, el maquillaje y las actuaciones están muy bien logrados. Mención aparte merece la actuación de Fátima Buntinx: es formidable. Su relación con el chofer negro de la familia es otro merito, las escenas con este entrañable personaje son inolvidables. Existe una complicidad entre estas dos figuras de mundos y edades distintas que, sin embargo, conservan una relación hermosa ante un tiempo amenazante y ajeno.
La película tiene un guión muy bien trabajado, que se nota en el acabado; los diálogos son fríos y distantes, pero siempre tienen un tono irónico. Existe un logrado humor negro a pesar de la aparente solemnidad de la cinta. Cómo se representa la imaginación desbordada de la niña y su obsesión por lo héroes de la patria está bien, aunque excesiva por partes, como en la escena del hospital. A pesar de esto, la directora gana la apuesta, logra hacer un filme de autor con un universo personal, que tiene un tratamiento fantástico en la acepción literal de esta palabra. Empresa en la que fracasaron varias cintas peruanas como “El acuarelista” y “Bolero de noche”, por citar sólo un par de ejemplos.
“Las malas intenciones” es, probablemente, la mejor película que vimos en esta ciudad desde “La teta asustada” y, de hecho, la mejor cinta peruana de este año. Estas dos cineastas, Claudia Llosa y Rosario García-Montero, son una promesa y darán mucho que hablar. Es interesante y esperanzador que dos mujeres hayan dado lo mejor del cine peruano hasta la fecha.

A través de la magia del cine nos trasportamos (…) a 1983: los cortes de luz por las explosiones son cosa de todos los días, vuelan torres de alta tensión, cuelgan perros muertos por las calles, y el clima de zozobra empieza a incrementarse.

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