jueves, 8 de diciembre de 2011

CUENTO

Disparo inatajable

Pedro Novoa Castillo (Lima, 1974)

El mundo se detuvo en el punto mismo de penal. Tú suspiras, pasas saliva y observas por tu visor al diez del celeste tarmeño frente al arco rival. Lo notas nervioso, estúpido, mirando la esquina superior izquierda por donde pretendía encajar el balón. En la tribuna, los hinchas del ADT permanecen, al igual que tú, tensos y mudos, como intuyendo algo difícil de tragar. “El doloroso tránsito de un camello por el ojo de una aguja”, ha dicho una voz empalagosa por tu radio portátil. “Treintaidós años sin pasar a la Primera División podrían tener fin con este disparo. ¿Orgullo, terquedad, o simple estupidez?, no lo sabemos. Haciendo caso omiso a las críticas, el técnico ha decidido que Chupaflor —a pesar de no estar en su mejor momento—, patee el penal”. Es un hijo de p… y bajas el volumen. “Toda la ciudad de Tarma resumida en un disparo… Hace treintaidós años, el francotirador Camacho, nos daba el campeonato del 79. Ahora, la hazaña podría repetirse. Minuto noventa, radioescuchas, el árbitro finalizará el partido después de la pena máxima. Esperemos que el diez no haga su tirito esquinado, el predecible”.
Debajo de un gorrito tapa-sol que te ocultaba casi todo el rostro, recuerdas la Copa Perú del 79. Te ves dando el beso de rigor al esférico antes de ejecutar el penal que decidiría el campeonato. Escuchas el griterío de aquella vez: “¡Magia, francotirador, magia!” “¿Magia?, no Camachito, sólo concentração”, había sentenciado minutos antes el entrenador de entonces. Un estratega brasileño que hablaba con la suficiencia de haber logrado tres clasificaciones consecutivas a la Primera. “La magia es para los huevones, negrito, la cuestión es solo concentração. Intensa como la de esos francotiradores que no usan silenciador y tienen que matar de un solo disparo. ¿Te imaginas sus caras? Igualito la tienes que poner”.
Piensas que quizá vivamos sólo para estos momentos y que el resto de nuestra vida es tan solo relleno. De pronto es solo rugir, concentrarse, tragar esa bola invisible que es el miedo al fracaso y patear. Patear por la esquina superior izquierda del arco, ese punto inalcanzable.
Pero eso era antes, lamentas, en tu época dorada. Ahora los porteros saben estirarse hasta ese rincón, haciendo de ese otrora inatajable, un miserable disparo predecible. “¡Qué demonios pasó, Chupaflor! Habíamos advertido que el tiro esquinado: ¡no! ¿Ahora esperar un año más? Diablos, perder de local el campeonato es para arrancarse los testículos con un tenedor, radioescuchas”.
Precisamente eso sientes, que un trinche te desgarra toda tu vida de éxitos para dejarte sólo esta derrota. Calibras el lente del visor y enfocas el rostro de Chupaflor. Con horror te ves a ti mismo, llorando y babeando la gloriosa camiseta celeste. Miras tu celular, sabes que dentro de unos segundos timbrará. Allá a lo lejos, el equipo de tus amores terminaba de derrumbarse encima del gramado.
“¿Mucho dinero?, pero lo vales, negrito. A quién diablos le importará después que el Chuto, el narco más ranqueado de Tarma, te lo haya dado. Es tu seguro de vida, o acaso piensas que las piernas son de acero. No, Camachito, estas oportunidades no se desaprovechan”.
Y no la desaprovechaste. El Chuto había prometido diez mil dólares al equipo, si campeonaba. Y cuando el ADT levantó la Copa Perú, nadie aceptó la dádiva a excepción de ti. Ahora que habían cambiado algunas cosas, volviste a recibir dinero del Chuto. Sólo quedaba aguardar que el teléfono sonara, y sonó.
-Aló, ¿procedo?
-Sí…
Ajustas el lente, enfocas el pecho: ¡Hay Chupaflor!, yo en tu lugar hace treintaidós años ganaba además de la Copa Perú, diez mil de los grandes. Acabas de decir esto y aprietas el gatillo. Entonces es el caos. Las cámaras de televisión buscan de inmediato al tirador invisible en las graderías. “Es inútil”, piensas entrando a los servicios higiénicos para desmontar el arma y guardarla en tu mochila. Hay tanta gente que sería más fácil resucitar al Chupaflor que saber quién le ha disparado.
“Ha sido un profesional, ni siquiera ha usado silenciador. Sólo le ha bastado un tiro para acabar con su víctima. Lado superior izquierdo del cuerpo, radioescuchas: un disparo inatajable para el corazón”.

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