miércoles, 21 de julio de 2010

El buen salvaje (Especial Boris Pasternak)

(Edición del 12 de junio de 2010)


El gemelo entre las nubes


Sandro Bossio Suárez

Boris Leonidovich Pasternak murió hace cincuenta años, el 30 de mayo de 1960, y murió triste porque en su país lo tildaron de traidor por haber aceptado el Premio Nobel de Literatura. Pasternak fue, como muchos de los escritores de su época, un perseguido “intelectual”, pues su postura literaria confrontó encubierta pero firmemente al régimen comunista de Rusia (primero a la revolución y luego a la guerra civil). Mientras Gorki y Sholojov ensalzaban y ovacionaban al régimen, sin encontrarle un ápice de errores, Pasternak se encargó de criticarla desde una postura vivencial y poética profundamente humana. Por eso estaba solo, porque el sistema soviético lo incomunicó, al punto que después de 1932 sólo pudo publicar dos florilegios: “En trenes de la mañana” y “La vastedad terrestre”. Pese a todo, con estas obras se consagró como un magnífico poeta en la Rusia de su tiempo, pero también como un intelectual peligroso al cual se debía acallar. Por eso él no recibió el Premio Stalin, ni la Medalla Lenin, ni el Premio Lenin, como sí los recibieron sus colegas Gorki y Sholojov.

Su vida cambió cuando escribió la novela “El doctor Zhivago”, y más aún cuando se publicó en Italia, en 1957, debido a que las editoriales de su país la rechazaron por su soterrada crítica al comunismo que imperaba en su patria. Desde su publicación lejos de Rusia, donde estuvo vetado, el libro llegó a traducirse a una cincuentena de idiomas y, apenas salida, en 1958, ganó para su autor el Premio Nobel de Literatura. Dos años después, Pasnernak moría de la pena que le causó saberse señalado y acusado de traidor por haber aceptado viajar a Estocolmo y recibir el premio, por haber dicho que se sentía “feliz y orgulloso”. Cuando se enteró que corría el riesgo de ser deportado y censurado por disidente, rechazó el galardón, pero igual fue maltratado por el régimen, hasta que murió solo y pobre, viviendo de sus mal pagadas traducciones de las obras de Shakespeare, Goethe y Verlaine.

“El doctor Zhivago” narra la historia errática de aislamiento espiritual y pasión amorosa del protagonista, un sensible poeta entregado a la medicina, pero en el fondo es un poderoso fresco de la sociedad soviética durante los años de la Revolución Rusa. Zhivago, así, termina convertido en un intelectual cuya sencillez, convicciones religiosas y, sobre todo, vivencias personales, enrostran el régimen soviético. Algo que, por supuesto, los bolcheviques no le perdonaron nunca. Sin embargo, es claro que Pasternak, más que escribir una novela antiestalinista, lo que quiso fue retratar los males de su sociedad desde una tragedia espiritual. En 1965 David Lean adaptó la novela al cine.

La novela se publicó en la Unión Soviética todavía en 1987, como parte de la “apertura” política (en ruso, “glasnost”) de Mijaíl Gorbachov y su autor, 27 años después, fue rehabilitado oficialmente.

Pero Pasternak (a quien recuerdo como un novelista espléndido que marcó mi vida no con una novela, sino con una carimba, con un sello de fuego) no sólo me deslumbró con su narración fictiva; lo hizo también con su autobiografía: “Salvoconducto”. En esta obra, la intensidad y la emotividad de un hombre que temía ser expulsado de su país, que se sentía perseguido, señalado, son los temas de fondo. Se trata, además, de una de las autobiografías más poéticas y desgarradoras que circulan por el mundo.

Boris Pasnernak, por ello y por más, vivirá por siempre.



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