martes, 20 de julio de 2010

El buen salvaje

Ovaciones para Irena

Sandro Bossio Suárez

Irena Sandler dejó de existir a los 98 años. Aunque pocos la conozcan, y pocos sepan quién fue, le sobrevivirá su hazaña humanitaria que no tuvo parangón: salvó a 2500 niños judíos de la muerte en el Holocausto. También conocida como “el ángel del Gueto de Varsovia”, Irena trabajaba como enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia (institución que administraba los comedores comunitarios de la ciudad) y aún no había cumplido los 30 años cuando los nazis invadieron Polonia. Gracias a su trabajo en los comedores se contactó con las familias judías más pobres y así supo que muchas de ellas tenían niños que, en poco tiempo, serían llevados a los campos de concentración y asesinados. Un día decidió salvarlos de la muerte. El rescate de los pequeños lo realizó con el socorro de los grupos de resistencia polaca. Construyó una caja de herramientas lo suficientemente cómoda donde pudieran caber los niños más pequeños en un falso fondo. Tenía una bolsa de arpillera para los más grandes. Adiestró a un perro para que ladrara cada vez que viera a un soldado nazi, y acallar así los posibles ruidos que pudieran hacer los pequeños, a muchos de los cuales, además, salvó a través de alcantarillas, pasadizos secretos, escondidos en maletas, transportados en botes de basura o carros de bombero.
Irena desplegó esta labor durante los primeros tres años de la Segunda Guerra Mundial, es decir hasta 1943, en que los nazis prendieron fuego al gueto. Tras ser descubierta, los invasores alemanes la torturaron, rompiéndole las piernas y los pies, pero ella se negó a traicionar a sus colaboradores y jamás dijo dónde se encontraban ocultos los niños.
Fue sentenciada a muerte. El día de la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un “interrogatorio adicional” y, al llegar a la calle, la dejó libre inexplicablemente. Al día siguiente publicaron su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Era que los miembros de su grupo humanitario habían sobornando a los alemanes para detener la ejecución. Irena, con las piernas rotas y los pies a punto de cangrenarse, continuó trabajando con una identidad falsa. Todos la conocían como “Jolanta”.
Durante ese tiempo se dedicó, además, a buscar refugios y familias adoptivas para los niños salvos. Anotaba sus nombres en unos papeles que guardaba en un frasco de vidrio y escondía a su vez debajo de un árbol con la esperanza de que en algún momento pudiera reunirlos con sus familiares. Esta lista, un verdadero tesoro de la humanidad, fue entregada a las autoridades israelíes al acabar la guerra.
En 1965 la organización Yad Vashem de Jerusalén otorgó a Irena el título de “Justa entre las Naciones” y la nombró ciudadana honoraria de Israel.
El parlamento de Polonia le rindió homenaje en 2005 por su heroísmo, concediéndole la Orden del Águila Blanca, la más alta distinción civil en ese país.
Penoso fue saber que esta fenomenal mujer, que decía “yo no hice nada especial, sólo lo que debía, nada más”, fue propuesta para recibir el premio Nobel de la Paz en 2007, galardón que finalmente ganó el norteamericano Al Gore por unas diapositivas sobre el calentamiento global.
Así es la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.