miércoles, 21 de julio de 2010

Especial Boris Pasternak

Pasternak y la revolución
Ítalo Calvino

A mediados del siglo XX vuelve a visitarnos la gran novela rusa del siglo XIX, como el espectro del rey a Hamlet. La emoción que suscita “El doctor Zhivago” en nosotros, sus primeros lectores, es ésta. Una emoción de carácter literario, en primer lugar, y, por lo tanto, no Político.
El tema principal del pensamiento de Pasternak —que naturaleza e historia no pertenecen a dos órdenes diferentes sino que forman un “continuo” en el que las existencias humanas se encuentran inmersas y por el que son determinadas— se expone mejor a través de la narración que mediante proposiciones teóricas.
¿Diremos que las opciones estilísticas se toman por casualidad? ¿Que si el Pasternak de la vanguardia se movía dentro de la problemática revolucionaria, el Pasternak “tolstoiano” no podía sino volverse hacia la nostalgia del pasado prerrevolucionario? Este sería, también, un juicio parcial. “El doctor Zhivago” es y no es un libro decimonónico escrito hoy, así como es y no es un libro de nostalgia prerrevolucionaria.
Pasternak lleva el juego de lo novelesco hasta sus últimas consecuencias: construye una trama de coincidencias constantes, a través de toda Rusia y Siberia, en la que unos quince personajes no hacen sino encontrarse combinándose como si no existieran más que ellos.
Dada esta convención y asentada la arquitectura general, Pasternak se mueve en la redacción del libro con absoluta libertad. Algunas partes las planea enteramente, de otras sólo traza los lineamientos principales. Narrador minucioso de días y meses, con repentinos cambios de marcha, atraviesa años en pocas líneas, como en el epílogo donde en veinte páginas de gran intensidad y brío hace desfilar delante de nuestros ojos la época de las “purgas” y la segunda guerra mundial.
Así concluye la novela de Pasternak: sin que en esa “burda materia” consiga encontrar siquiera un rayo de aquella “nobleza y altura”.

EL DATO:
Fragmento del ensayo “Pasternak y la revolución”, de Ítalo Calvino, publicado en el libro “Por qué leer los clásicos”, cuya primera versión se publicó en 1980 bajo el título de “Una pietra sopra”.

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