sábado, 24 de julio de 2010

Especial Carlos Monsiváis (3)

(Edición 319 del 26 de junio de 2010)

Adiós a un humanista radical

Carlos Gonzales García

La primera década de los dos mil fueron años exaltantes. Sucedieron acontecimientos como la caída de las Torres Gemelas, la guerra contra el terrorismo internacional y crisis últimas como la económica mundial. La debilidad de los discursos englobantes relajaba el mundo de América Latina afectando la textura de su sistema social, cultural y popular. Muchos intelectuales del continente utilizaban, en tiempos de deriva, la concepción “incertidumbre”. Pocos como Monsiváis, desde su trinchera editorial en “El Universal” de México, lo empleaban, con la genialidad de un Descartes, en el punto de partida para encontrar las claves que aprobaban viabilizar o edificar nuevas certezas.
Aunque el uso de ese concepto palpa un quebranto de confianza en los convencimientos a los que nos tenían acostumbrados los antípodas de la verdad y la justicia, la inteligencia e ironía que lo convirtieron en una de las voces y plumas críticas y narrativas más importantes de Latinoamérica, logró en sus escépticos lectores la expectativa por un cambio.
Monsiváis ha muerto. Los maullidos de sus gatos, ahora en la más completa orfandad, acompañan en estos tiempos de envilecimiento moral y cultural, la pérdida de toda una manera de sentir y pensar la realidad de México, país homologable, sin duda, al nuestro. El desconocimiento en nuestros pueblos, el aumento de los malentendidos y el refuerzo del etnocentrismo nos son comunes: borran en los propios espacios por donde nos desplazamos las señas de identidad, acareando anomias y produciendo enajenaciones colectivas.
Como “humanista radical”, no toleraba ningún tipo de autoridad manejada por élites políticas, empresariales o confesionales, siempre privilegiadas y poderosas. Desde ese talante es fácil comprender por qué se granjeó no sólo muchas enemistades, sino también insultos y amenazas. Gajes del oficio, como dirían. Cuentan que su relación con lo natural y lo humano le permitió atender en su residencia a numerosos visitantes, desde activistas sociales, pasando por feministas, ecologistas, estudiantes y campesinos, hasta defensores de animales. No se sentía un gurú, sólo intercambiaba ideas con ellos. La curiosidad de este mexicano universal por la cultura popular así lo caracterizaba.

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