domingo, 12 de febrero de 2012

Carlos Urdánegui: retentivas de un arquitecto

Máximo Orellana Tapia



En 1966, a solo siete años de haber sido creada la Universidad Nacional del Centro del Perú y su facultad de Arquitectura, Carlos Urdánegui Mesía, ya graduado como arquitecto de la UNI, se hizo cargo del departamento de diseño de esta naciente institución, asumiendo como encargo la formulación del plan maestro del campus y, dentro de ello, la idea rectora del pabellón “A” en el cual funcionarían las primeras facultades.
Para esto tuvo como inspiración la construcción popular del valle: “Tomé fotos de las casas más representativas”. Esta investigación y análisis de los valores encontrados fueron puestos en práctica, inicialmente, en la propuesta arquitectónica de la casa Vera Gutiérrez en Palián, experiencia que a su vez fue sutilmente reinterpretada y materializada en la UNCP, con la importante colaboración de los entonces bachilleres Eduardo Chullen y Armando García quienes, aproximadamente durante un año, trabajaron en dichas oficinas y cuyo proyecto les permitió la obtención del título de arquitectos.
Esta magnífica edificación, construido entre 1971 y 1975, tiene la virtud de insertarse en el sitio de una manera elegante y recoger ese “genius locci” o espíritu del lugar helénico o inca, que se intenta en toda buena obra, procurando “tocar la tierra con ligereza” como sostiene Glen Murcutt, y como se evidencia en este proyecto, al haber desarrollado un contrapunto magistral entre su espacialidad interior y el consecuente conjunto de volúmenes, que se ensamblan de manera armónica mediante los espacios exteriores, vacíos y superficies aterrazadas que se van generando.
Sus cubiertas inclinadas y de diferentes alturas evocan la hermosa percepción que se tiene al recorrer algunos centros poblados como Orcotuna, Mito, Sicaya y más, donde aún se mantiene esa morfología tectónica, cálida y pintoresca, que inspiró al autor y que ha influenciado en el trabajo de muchos otros en el valle.
La importancia de este edificio trasciende y va más allá de la principista arquitectura del movimiento moderno, pues casi en el mismo momento en que éste era puesto en cuestión y fenecía, el conjunto arquitectónico entraba en sincronía con la discusión y aportes de la posmodernidad, incorporando en su propuesta valores propios y referencias históricas del medio, más allá de la composición estrictamente “bauhausiana” y funcionalista.
Otro hecho importante es que, luego de culminada su construcción, participó en la III Bienal de Arquitectura peruana (Lima, 1978), donde Urdánegui fue distinguido con el primer premio en el rubro de locales para la educación. Esto le permitió competir por el máximo galardón que era el Hexágono de Oro del mismo año —que finalmente fue otorgado a Manuel Llanos y Luis Tapia por el proyecto del Banco Central de Reserva—. Este resultado situó al “Pabellón A” como uno de los mejores y más emblemáticos edificios educativos universitarios construidos en el país.
A pesar de ello, en la actualidad, este conjunto arquitectónico no es ponderado y, por el contrario, ha sido lamentablemente menoscabado por sucesivas transformaciones en sus espacios, como en su escala urbana con la construcción del pabellón de Ciencias Administrativas y Contables cuyo aparatoso volumen, al no haber guardado la proporción conveniente entre ambos, ha estropeado irremediablemente la percepción y perspectiva de su estructura. Esto evidencia el desconocimiento, la falta de sensibilidad y una paradójica situación de cómo, a medida que transcurre el tiempo, la pertinencia conceptual de los edificios de la ciudad universitaria ha ido disminuyendo, “desvirtuando la idea rectora del plan”, como menciona con desazón Urdánegui, situación desagradable e incuriosa que debe ser revertida, recuperando esta construcción y, posteriormente, gestionando su monumentalización dentro de una percepción culta y valorativa de lo que se tiene como patrimonio arquitectónico construido en nuestra ciudad.

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