domingo, 12 de febrero de 2012

La pasión según Vincent Van Gogh



Josué Sánchez

“La tristeza no hace mal, al contrario, ella nos hace considerar las cosas con una mirada impregnada de santidad.” Vincent Van Gogh

En 1973 se inauguró en Amsterdam, Holanda, el Museo Nacional Vincent Van Gogh. Construido a un costo de más de un millón y medio de libras esterlinas, el museo alberga las cartas que el gran pintor holandés dirigió a Theo, su hermano mayor y confidente, además de doscientas treinta de sus extraordinarias obras, donadas junto con las cartas por el hijo de Theo, Vincent Willem Van Gogh.
En las amplias salas se puede encontrar jóvenes con “blue jeans”, sin zapatos y con mochilas, señoras con sombreros, gente diversa hablando francés, inglés, alemán o japonés con sus respectivos guías; otros, sentados o tirados sobre el piso observando las pinturas. En un atelier del primer piso, personas de diferente edad dibujan y pintan. Se puede decir que en el museo, Van Gogh convive con sus visitantes.
Entre los cuadros expuestos destaca “La cosecha”. Con los trigales a pleno sol, marcado el contraste de los azules del cielo con los anaranjados y los dorados del trigo, es tal vez el cuadro que mejor recoge las ideas de Van Gogh acerca del final y el comienzo de la vida; “La casa amarilla”, que el artista pintó con verdes persianas, es un paisaje tormentoso, quizá premonitorio de los sucesos que viviría en ella, cuando tras discutir con Paul Gauguin por diferencias en sus concepciones estéticas, Vincent fue víctima de un ataque de locura y se cortó la oreja derecha. También está el célebre cuadro “Los girasoles”, testimonio del apasionamiento con que pintaba, reflejado en los dorados, amarillos y verdes combinados con verdadera energía y concentración; cualidades que le otorgan una incomparable riqueza cromática y generan en el espectador una empatía tal que se ve impelido a observar una y otra vez el cuadro. Otra pintura memorable es “Aldeanos comiendo patatas”, considerado por el propio autor como su primera obra original y libre. En ella se ve a una familia de aldeanos comenzando a cenar. Bajo la misteriosa iluminación de una lámpara se siente el ambiente lleno de inquietante vida, consterna ver la quietud de los pobres y su confusión ante la propia miseria y deformaciones. Como en una caricatura, las transformaciones y los cambios de la realidad convierten a ésta en una realidad más dura que doblega y deprime. Aquí la mirada de intenso amor humano al terrible drama de los aldeanos llevó a Van Gogh a conquistar la libertad como artista.
Son muchos los tesoros que guarda ese museo. “La arlesiana”, “El cartero Roulin”, “Madame Roulin”, “Café nocturno” y todos los demás que se observan a lo largo del recorrido son reveladores del espíritu del artista, emanan una gran humanidad y ese sentimiento de tristeza y soledad extremas que tanta simpatía y solidaridad provoca. Esa angustia existencial ante la tragedia de la miseria humana. La pasión de un artista y de un hombre, con la “mirada impregnada de santidad”.
El 26 de julio de 1890, Van Gogh pidió prestada un arma a su casero y, pretextando que dispararía a unos cuervos, se dirigió a un campo cercano a Auvers sur Oise, donde pintó el cuadro “Cuervos en un campo de trigo”. El 27, volvió a pedir prestada el arma y regresó al campo del día anterior. El balazo que resonó en el aire estaba dirigido al corazón, pero cayó en el estómago. Malherido, Vincent se arrastró hacia su casa. Dos días después, el 29 de julio, murió a la edad de 37 años en los brazos de su hermano. Entre su ropa encontraron una carta para Theo fechada en ese mismo día: “Quería decirte tantas cosas, pero siento ahora que todo eso es tan inútil”. Antes de expirar, le había dicho: “La miseria humana no terminará jamás.”

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