domingo, 12 de febrero de 2012

La tierra ósea



Johnny Barbieri

“La Tierra Ósea” es la tercera publicación de Hugo Velazco. Poemario que en una primera lectura me ha sorprendido por ser un libro de riesgo. Los buenos libros tienen, de entre muchos, dos méritos incuestionables a mi juicio: la de ser un trabajo de propuesta —en esa intención de renovar el lenguaje—, y la de gustar sin antes haberlo comprendido plenamente, como diría Hugo Friedrich.
Es contundente en la medida que aborda un trabajo de innovación tanto en su función estética como en la referencial. Una propuesta que se aprecie de moderna, hoy en día, tiene que aspirar a renovar estos dos planos.
En “La tierra ósea” encontramos un trabajo con la estructura que nos parece realmente interesante: diez poemas y un epílogo, una distribución enumerada por cada cinco versos (la intención de la enumeración es siempre la de explicar los versos que merezcan una aclaración), el doble titulado o los titulados largos, la segunda voz (aquí señalado en cursiva), el “slash” para indicar algunas pausas, el paralelo de versos (utilizado una sola vez en el primer poema), el encierro entre paréntesis de algunas letras, el uso de la mayúscula en versos largos, la disposición de éstos a la manera de “Un Coup de Dés” de Mallarmé, y más. El vate aquí —me parece— intenta otra cosa, se vale de una innovación estructural para reforzar todo un cuerpo estético, hacerlo más contemporáneo, más moderno, y sumar como unidad a su poesía.
El lenguaje es limpio, está exento de palabrería innecesaria, el verso de aliento largo es adecuado para el intento de renovación que el poeta se ha propuesto.
Velazco no sólo procura una feliz inmersión en el plano estético, sino también lo hace en el plano referencial. Lo primero que llama la atención es la especie de fusión de los espacios temáticos que utiliza. Por un lado encuentro una cosmología andina innata que se aprecia a lo largo de su propuesta: “Insoportables imágenes expandiéndose en el día / asechando los tejados rebosantes de ira / violentos como hocicos ecuestres rompiendo la noche / inexplicables como aves / inalcanzables como aquellos cerezos imposibles y altos / que quisimos comer en los rincones de la tierra”. Por otro lado está el espacio marginal de la urbe, que es percibida como un gran sistema caótico en la que vive, ama o sufre: “Cuantas veces perdido entre multitudes y avenidas / guiado por el estupor de las noches sangrientas / en la ciudad / & en los hoteles & los barrios de los gentiles / buscando vehemente / un mundo creado y leve / que fuese alas o atmósfera / boca o beso”.
No podemos evitar referirnos a dos voces mayores que en este libro están de alguna forma presentes dejando rasgos de su influencia —al menos esa es nuestra impresión—. Por un lado el Rimbaud de la videncia, de las imágenes devastadoras, del desarraigo, y por otro lado el Antonin Artaud de la razón perturbada, del lenguaje de la crueldad, del descender hasta tocar fondo.
Por último, sólo queda decir que “La Tierra Ósea” es un poemario muy contemporáneo en todos los sentidos, aporta en el despliegue de un lenguaje y una estructura de riesgo por la búsqueda de la innovación, que desde ya es la mayor valía de todo poeta.

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